El 26 de noviembre de 1504 fallecía la Reina Isabel la Católica en Medina del Campo, tras una larga enfermedad que la dejó postrada en multitud de ocasiones durante los últimos años de su vida, y que, sin embargo, no impidió que siguiera desplazándose por sus reinos como había hecho hasta entonces, cumpliendo así con las obligaciones de una corte nómada y viajera.
En las siguientes líneas vamos a revivir el acontecimiento, atentos a la pluma de cronistas y fuentes primarias que, de forma directa o indirecta, se hicieron eco del suceso. Empezamos, por tanto.
Pedro Mártir de Anglería, al servicio de los Reyes Católicos desde hacía años, y miembro de la Corte (destacable fue su amistad con Fray Hernando de Talavera), comenzaba así una carta remitida al mismo Arzobispo de Granada, y al Conde de Tendilla, alcaide de la recién conquistada ciudad. Testigo como había sido del acontecimiento, demostraba así el dolor que sentía por aquel crucial desenlace que, para los reinos de Castilla y de León, acababa de producirse.
“Cadit mihi prae dolore dextra; cogor tamen scribere […] animam illam ingentem, insignem, praeclare gestis opimam Regina exhalavit. Orbata est terreare facies mirabili onamento” (Anghiera, 1670, p. 159).
“De dolor se me cae la mano derecha. Me veo, sin embargo, obligado a escribir […] Exhaló la Reina aquella alma, grande, insigne, excelente por sus preclaras hazañas. La faz de la tierra se ve privada del más admirable de sus adornos” (Anglería, 1955, p. 90).
Quizás uno de los pasajes más descriptivos acerca del finamiento de la reina nos lo ofrece la crónica de Hernando del Pulgar, cronista que comenzó ese relato histórico y que, a su muerte hacia 1493, fue continuado, con el fin de narrar los posteriores sucesos y completar así la citada crónica.
En ella se nos relata que “sobrevino rezia enfermedad corporal a la Reyna doña Ysabel, opremidas y agravadas las femeninas fuerças de la cristianissima reina […] estuvo por espacio de ciento dias continnos de gran enfermedad fatigada […] Y acabo sus dias la excelentisima Reyna doña Ysabel, onrra de las Españas, espejo de las mugeres, en la villa de Medina del Campo, a veynte e seis dias del mes de noviembre de mil e quinientos e quattro […] entre las onze e doce del dia”.
Sobre los últimos bríos de la enfermedad, ya daban cumplida cuenta al rey don Fernando los físicos de la reina, los doctores Soto y Julián, nformándole de las numerosas sangrías que practicaban al cuerpo de la soberana para aliviar su malestar.
La temida muerte ya era visita habitual en la Corte, y en el corazón de la Católica, desde el año 1497 en que falleció su hijo varón. Tras él, su primogénita Isabel y su nieto Miguel de la Paz, muertes todas ellas que abrieron aún más la herida y su dolor físico, “cuchillos que traspasaron su anima e corazón” (Bernáldez, 1778, p. 197). Porque es bien sabido que el malestar emocional no trae buenos augurios al malestar físico.
Todo se agravó tras la difícil situación vivida con su hija en Medina del Campo, en 1503. La transgresión de la razón, de las formas, del deber y saber estar, de lo que se esperaba de la heredera de los reinos de Castilla y de León, en definitiva, la actitud de la infanta Juana en el Castillo de la Mota, fue un auténtico desafío con las únicas armas de las que disponía la joven, su cuerpo y el amor de su madre.
Y no solo procuraba desdicha a la reina el comportamiento de su hija Juana. Tal y como narra Anglería en una epístola al arzobispo de Granada, un hecho ocurrido en Flandes, tras la salida de la infanta de Medina del Campo, acabó por desbaratar las mermadas fuerzas de la soberana.
Juana, sospechando que una de sus damas frecuentaba el lecho de su marido, se dejó llevar por una “serpiente de fuego” que “le hizo estallar en turbulentas llamaradas […] la emprendió a golpes contra su dama […] y ordenó le cortaran el rubio cabello que tanto agradaba a Felipe”. La reacción del Habsburgo, según Mártir de Anglería, no se hizo esperar, y “nada más tener éste noticia de lo sucedido, sin poderse contener, cuentan que se lanzó contra su esposa y la colmó de injurias y afrentas, y para mayor dolor de la desgraciada, y nunca más volvió a estar con ella” (Anglería, 1955, p. 84).
Valga recalcar que Flandes, por esos años, debió ser un escenario realmente sobrecogedor, un asedio emocional en el que la infanta Juana tenía “destrozado el corazón por aquella desmedida angustia”.
Esta truculenta historia, cebada (o no) por la transmisión oral y por la indignación de las filas castellanas, afectó a la ya desbaratada salud de la Reina Isabel, que estalló en indignación por esa hija lejana que “la llevó en sus entrañas y sufre grandemente, admirada de la violenta reacción del norteño” (Anglería, 1955, p. 84).
Todo empezaba a desvanecerse…
Lucio Marineo Sículo, años más tarde, narraba así el fallecimiento de doña Isabel: “la muy catholica Reyna doña Ysabel ya muy fatigada con los muchos y grandes negocios que de contino se le offrecian, estando en Medina del Campo cayo en dolencia muy grave. Con la qual peleando mas de cinquenta dias […] hizo su testamento con mucho discrecion y cordura […] y la salud de su animo se partio desta vida mortal la muy grande honrra y bienaventurança delas Españas en Medina del Campo a veynte y seys de Noviembre de año de mil y quinientos y cuatro. En el qual dia por cierto perdieron las Españas su grand felicidad, su bienaventurança y un dechado muy hermoso de todas virtudes” (Marineo, 1530, p. CLXXXVII). Como podemos comprobar, el discurso es similar en prácticamente todos los cronistas.
A la muerte de Isabel, Fernando remite cartas a los reinos, ciudades y villas; la vida de la reina podía detenerse, pero la burocracia del reino no. Todo debía medirse afanadamente para no dejar lugar al caos. De hecho, no osamos especular si pensamos que las numerosas misivas enviadas, ya estaban redactadas antes del fallecimiento. La máquina burocrática estaba engrasada desde el inicio del reinado de los Reyes Católicos.
Una de las consecuencias inmediatas de la muerte de Isabel, fue que Fernando el Católico dejó de intitularse rey de los reinos de Castilla y de León, y comenzó a designarse como “Rey de Aragon, de las dos Siçilias, de Jherusalen, e administrador y governador de los reynos de Castilla, de Leon, de Granada e por la serenisima reyna doña Juana, nuestra muy cara e muy amada fija”[1]. Esta fórmula que aquí trasladamos, según el documento citado, es la fórmula de intitulación reducida ya que faltaría la sucesión del resto de reinos, señoríos, y condados que formaban parte de la intitulación completa del rey.
En estos documentos burocráticos, el propio Fernando informa del fallecimiento de la reina en los siguientes términos “oy dia de la fecha desta a plazido a nuestro Señor llevar para sy a la serenisima Reyna doña Ysabel, my muy cara e muy amada muger, y aunque su muerte es para mi el mayor trabajo que en esta vida me podía venir e por una parte del dolor della, por lo que en perderla perdi yo y perdieron todos estos reynos, me atraviesa las entrañas […]”[2]
Retornamos a Marineo Sículo, porque nos narra cómo quiso la reina que vistieran su cuerpo para el descanso eterno (instrucciones que ella misma consignó y dictó en su testamento, redactado el mes anterior al de su muerte): “cuyo cuerpo vestido un habito de la orden de sant Francisco (como ella lo avia mandado) con gran numero de caballeros y sacerdotes fue llevado a la ciudad de Granada” (Marineo, 187, p. CLXXXVII).
Tras su fallecimiento, ese mismo día “a la tarde fueron alzados los pendones por la reina doña Juana, como señora propietaria destos reinos, y por el Rey don Felipe, como su legítimo marido, en presencia del Rey don Fernando, que quedaba por Gobernador de los reinos”(Galíndez, 1553, p. 41).
Pero esa es ya otra historia…
Por Vanesa Regalado del Valle
Historiadora del Arte e investigadora.
Crónicas
- Anghiera, Pietro Martire d’. (1670). Opus epistolarum Petri Martiris Anglerii Mediolanensis … Amstelodami: typis Elzevirianis. U/4491. BDH: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000093078&page=1
- Anglería, Pedro Mártir de. (1955). Epistolario [Traducción de José López de Toro]. Colección Documentos inéditos para la historia de España, XI. Madrid: Imprenta Góngora.
- Bernáldez, Amdrés. (1778). Crónica de los Reyes Católicos [Manuscrito].
- Galíndez de Carvajal, Lorenzo. (1553). Crónica de los Reyes Católicos desde 1468 hasta 1518 [Manuscrito]. MSS/18346. BDH: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000135737&page=1
- Marineo Sículo, Lucio. (1530). De rebus Hispaniae memorabilibus. Alcalá de Henares: Miguel d Eguia. BNE. R/2496. BDH: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000252923&page=1
- Pulgar, Hernando del. (1501-1600). Crónica de los muy altos y muy poderosos Fernando e Isabel rey y reina de Castilla [Manuscrito]. BDH: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000045032&page=1
[1] Registro sobre las Cortes de Toro y las cartas despachadas cuando falleció la Reina Isabel la Católica”. Archivo General de Simancas ES.47161.AGS//PTR,LEG,70,DOC.1.
[2] Cédula de Fernando el Católico participando al Concejo de Madrid el fallecimiento de la Reina doña Isabel y mandando levantar pendones por su hija doña Juana. AVM SEC – 2 – 311 – 32(I). https://catalogoarchivo.madrid.es/ms-opac/doc?q=reyes+catolicos&start=589&rows=1&sort=fecha%20asc&fq=norm&fv=*&fo=and&fq=media&fv=*&fo=and